At your service

Willem IV on a horse

“A vuestro servicio”, con esta populista frase terminaba sus discursos Pim Fortuyn, político holandés polémico por sus proclamas contra el Islam y la inmigración. Los sondeos le auguraban un enorme éxito durante la campaña electoral del 2002, una campaña en la que cambiaron para siempre los paradigmas de tolerancia y búsqueda de consenso de la política holandesa que Fortuyn criticaba con ferocidad. Nueve días antes de las elecciones generales fue asesinado en el parking de los estudios de la televisión nacional.

Tras el trágico suceso, la figura de Fortuyn seguía siendo motivo de controversia. Sus partidarios querían levantarle un monumento en Rótterdam, ciudad en la que habitaba, a lo que el ayuntamiento accedió a regañadientes. Acostumbrados a administrar esculturas públicas abstractas que se construían siguiendo principios modernistas sin fracaso posible y a causas tan impersonales y consensuales como progreso, libertad o las víctimas de la Segunda Guerra Mundial, los funcionarios tenían que afrontar ahora la propuesta arcaica de una estatua de bronce figurativa y que además, representaba a un hombre cuyo cuerpo todavía no había empezado a descomponerse.

La reverencia con que sus seguidores defendieron su memoria fue sólo comparable al rechazo de los que creían que el político era la causa de la incipiente polarización de la sociedad holandesa. Pero al final llegaron al consenso basándose en que nadie podía negar que Fortuyn era ya un personaje histórico. Le encontraron un lugar discreto frente al Museo Histórico, no lejos del monumento a Guillermo IV en su caballo.

Así es como hoy en día el busto de Fortuyn se sustenta, sonriente y en aparente dialogo, sobre una base agrietada que amenaza simbólicamente con desmoronarse y donde se lee en latín “Loquendi libertatem custodiamus”, “Protejamos la libertad de expresión”. A primera vista la escultura puede parecer convencional y poco sofisticada, pero la cuidada elusión de formas que pudieran ser consideradas elitistas la convierten en el perfecto tributo a un verdadero populista.

El gusto popular, con sus implicaciones clasistas, es un tema cada vez más politizado y contencioso. En el 2005 la ciudad Herzegovina de Mostar erigió un monumento a nada más y nada menos que Bruce Lee para representar la justicia universal. Encontraron un modelo de referencia lo más alejado posible de los marcos culturales de aquellos que habían tratado de exterminarse durante las pasadas décadas, concluyendo que este icono era lo más cercano al ideal de inclusión. La iniciativa puede leerse como una irónica provocación en rechazo al nacionalismo tras la guerra de los Balcanes. Pero pronto otras ciudades del entorno construyeron estatuas a Tarzán, Bob Marley o Rocky Balboa, convirtiendo el inicial éxito del monumento a Bruce Lee en un síntoma del vacío ideológico de los países de la ex  Yugoslavia y para algunos el fenómeno no era más que una forma de evadir su sangriento pasado.

De vuelta en Rótterdam, un político de origen turco propuso en el 2007 levantar un monumento en honor a los “gastarbeiders”, la primera generación de inmigrantes trabajadores del puerto. La escultura se emplazaría en el Afrikaanderwijk, un barrio donde el número de inmigrantes supera al de los autóctonos y que en los 70 fue escenario de los disturbios raciales más violentos jamás conocidos en Holanda.

Inmediatamente, el partido heredero del ya fallecido Pim Fortuyn denunció la apropiación de la historia local por parte de los “Rotterdammers” de origen extranjero y propuso un contra-monumento al ciudadano expulsado por la llegada masiva de inmigrantes. No esperaban que nadie se tomara en serio su retórica populista, cuando Jonas Staal, un artista holandés conocido por sus provocativos trabajos de compromiso político, creó el esbozo de lo que iba a llamarse “Monumento al ciudadano ahuyentado de Rótterdam”.

Una animación en 3D recoge la imagen de una escultura de bronce con un hombre, una mujer y una niña que huyen despavoridos de Rótterdam, representada por las sombras de sus edificios más emblemáticos en el horizonte. El boceto se presentó a los políticos y al ver exactamente lo que pidieron no ocultaron su sorpresa: “Bueno, no era lo que esperaba. No sé si ha sido adrede, pero no es realmente provocativo. Es simplemente objetivo. Creo que es precioso!”.

El monumento nunca se construyó, pero un vídeo que recoge la reacción de los políticos y la animación en 3D fueron presentados unas semanas más tarde en una exposición, convirtiendo el bochornoso encuentro entre el artista y los representantes de los ciudadanos en material de un trabajo artístico. “Monumento al ciudadano ahuyentado de Rótterdam” expone los procesos en los que una escultura pública es realizada (o no) y juega con la idea de quién está al servicio de quién.

En un ensayo titulado Post-propaganda, Staal profundiza sobre la relación entre las instituciones de arte y la política. En el texto reemplaza consecuentemente la palabra “democracia” por “democratismo”, trazando una linea con otros ismos como despotismo o fascismo y concluye que el mito de autonomía artística es ilusoria, toda práctica está al servicio de la estructura ideológica que lo sustenta. Y esto también se aplica al arte sin aspiraciones políticas y al inútil, ya que en las llamadas Democracias Progresistas el arte no puede escapar de la función que se le ha dado de escenificar valores democráticos como participación o libertad de expresión.

En un discurso político populista, donde el significado de estos valores es cada vez más escurridizo, la idea de que todo arte es en su esencia propaganda que sirve y representa la esquizofrénica manifestación del poder es reveladora. La pregunta es si esta lectura de la esfera pública nos permitiría  transformarla, o si nos llevará de cabeza a una espiral interminable de ironía auto referencial.

Jueves, 29 Abril, 2010

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